Escribir ciencia ficción

El sable de los Xú

La mayoría de los habitantes de Mirxa eran humanos. Generaciones atrás, sus antepasados habían desplazado a sus habitantes originales («desplazado» es una forma amable de decirlo, porque los mirx eran una especie extinta) y ahora vivían de la venta de sus reliquias.

―Presten atención, por favor… ―el droide GE-3 se dirigió al grupo de turistas que acababa de desembarcar. Tenía programación femenina y su voz, arrebatadoramente sensual, contrastaba con la tosquedad de su diseño―.  Bienvenidos a Xú, la capital del planeta Mirxa… El transporte para el zoco está programado para las 12 horas locales, así que disponen de treinta minutos para tomar un refrigerio o visitar las tiendas del antigüedades del puerto, donde encontrarán… ―Los turistas se dispersaron antes de que el droide terminara su discurso de bienvenida―. Finalmente, quiero agradecerles su visita en nombre de la Asociación de Comerciantes, que, estamos seguros, será bien valorada en el cuestionario que se les entregará en el viaje de vuelta… ¿Desean hacer alguna pregunta?

―Sí, yo tengo una… ―Un humano vestido con una túnica rabiosamente naranja con adornos verdes, última moda en Coruscant, levantó la mano a pesar de que él era el único turista que había aguantado hasta el final―. ¿Es posible contratar un guía privado?

―Por supuesto, señor… ―el GE-3 hizo una ligera pausa mientras consultaba la lista de pasajeros―, Holdo Bavarian. Tenemos a su disposición un droide de la serie TC versado en cultura mirx, que podrá aconsejarle en su…

―¿El droide conoce la ciudad? ―le interrumpió Holdo.

―Sí, señor, pero debo advertirle que los turistas no pueden sobrepasar los límites marcados por la Asociación de Comerciantes.

―¿Por qué? ¿La ciudad no es segura?

―Es segura para su integridad física porque la Asociación de Comerciantes garantiza su inmunidad, pero solo podemos avalar las transacciones comerciales que se realicen dentro de los límites marcados… Espere unos minutos aquí, por favor, el droide TC-2331 está en camino.

El zoco hervía de compradores. Cinco naves turísticas habían llegado aquella mañana y la plaza estaba a rebosar. Holdo siguió a TC-2331 entre los tenderetes mirando con desgana los artículos que exhibían.

―¡Compre un brazalete de agujas, señor! ¡No encontrará mejor adorno para la muñeca de su esposa! ¡Autenticidad certificada!

―¡Piedras digestivas!… ¡Ninguna otra reliquia tiene más garantía de haber estado en contacto con el cuerpo de un mirx! ¡Recuperadas de la letrina comunal de Xú!

―Quiero comprar un najilat auténtico, de la época naél ―dijo Holdo, dirigiéndose al droide―. ¿Puedes llevarme a un establecimiento donde los vendan?

―La tienda de Ismaíl está especializada en armas mirx, señor ―contestó TC-2331―. Quizá él tenga lo que busca.

―Pues llévame allí.

La tienda se abría en uno de los extremos más alejados del zoco, justo en el borde de la línea amarilla y roja que marcaba sus límites.

Aquella zona era menos bulliciosa y los artículos expuestos en los tenderetes o colgados en las paredes de los establecimientos eran de mejor calidad. Los turistas que deambulaban por allí también se distinguían, por sus modales y vestimenta, de los que asaltaban los puestos de la zona central en busca de gangas.

Ismaíl salió a recibirle. El comerciante se inclinó en una reverencia.

―Bienvenido a mi humilde bazar ―dijo Ismail, repitiendo la reverencia. No le había pasado inadvertido el hecho de que aquel turista podía permitirse un guía privado―. ¿En qué puedo servir a tan excelso comprador?

―Estoy buscando un najilat, de la época naél.

―¡Por supuesto! ¡Por supuesto! ¡Un naél, nada menos! ¡Se ve enseguida que el señor es un entendido!… ¿Le parece bien este? ―preguntó Ismaíl, señalando uno de los sables ordenados pulcramente en una estantería.

Holdo se volvió hacia el droide.

―¿Me has traído a la tienda de un estafador?… Voy a presentar ahora mismo una queja a la Asociación de Comerciantes.

―¡Oh!… No se ofenda, por favor… Era una prueba… Muy pocos saben distinguir a simple vista un naél de un busán… De hecho, la Asociación los homologa por igual, así que, legalmente, no he cometido ninguna infracción…

―¿Tienes o no tienes un naél?

―No lo tengo y no lo encontrará en ninguna otra tienda del zoco, señor… ¿Por qué no se lleva este?… Apenas transcurrieron quinientos años entre un periodo y otro, y son prácticamente iguales…

―¿Sabes en cuanto está valorado un naél auténtico?

―Sé que el último se subastó por quince millones, pero había sido propiedad del emperador Parta.

―¿Y cuánto vale ese?

―Podría vendérselo… digamos… por mil quinientos…, y le regalo la vaina.

―Adiós, Ismaíl. Recibirás una denuncia por intento de estafa.

―¡Espere! ¡Espere! ¡Se donde puede encontrar uno!

Holdo se volvió.

―Eso está mejor… ¿Dónde?

―En la tienda de Mosseti… Pero, le advierto, está fuera de los límites del zoco.

―¿Y qué diferencia hay?… Tú estás en el interior y has intentado estafarme.

―Nada comparado con lo que le harán ahí fuera… No sabe dónde se mete.

―La asociación garantiza mi integridad.

―Sí, nadie se atreverá a tocarle ni un solo pelo, pero le engañarán, ya lo verá…

―Llévame a la tienda de Mosseti.

―Esa tienda está fuera de los límites del zoco, señor. Los turistas no pueden sobrepasarlos.

Holdo caminó hacia la calle más cercana y pasó limpiamente sobre la línea pintada en el suelo.

―¿Ves cómo sí puedo?… Y ahora, llévame a la tienda de Mosseti ―dijo mientras se internaba en el laberinto de callejas que rodeaba el zoco sin esperar al droide. Unos niños lo miraron asombrados desde una azotea y una anciana, sentada ante la puerta de su casa, gruñó unas frases en una lengua desconocida.

―¡Espere! ¡Espere, señor! ¡Es por la calle de la izquierda! ¡Por la izquierda! ―dijo TC-2331 mientras seguía a Holdo con el rígido y desacompasado paso de los androides de su serie.

Holdo siguió al TC a través de unas calles que fueron ganando anchura a medida que se alejaban del centro de la ciudad. Las casas también eran más espaciosas y algunas incluso disponían de jardín.

Un anticuado droide mayordomo apareció por una calle lateral y TC-2231 le hizo una seña para que se detuviera. El JV-Z1 depositó en el suelo las bolsas con las que cargaba y esperó a que llegaran hasta él.

―Este señor me ha pedido que le lleve hasta el establecimiento de Banda Mosseti, que, según la información de la que dispongo, estaba situado en este cruce. Pero debo estar confundido, porque aquí solo veo un almacén de alimentos humanos ―dijo TC-2231.

―El establecimiento del señor Mosseti Bando cerró hace tres años y ahora atiende a sus clientes en su domicilio particular, que es esa casa que pueden ver al frente ―dijo el achacoso droide con una voz apenas inteligible, variando su tono en cada palabra. Algunas tan agudas que parecían pitidos y otras tan graves que casi entraban en el terreno de los infrasonidos.

Holdo miró hacia donde apuntaba el deslustrado dedo del JV-Z1. Se notaba que los negocios le habían ido bien, porque la casa de Mosseti era una de las más elegantes de la avenida. Adosado a ella, un pequeño jardín daba acceso a un templete al que se accedía por una puerta en la que destacaban en relieve varias líneas de los incomprensibles glifos mirx.

El JV-Z1 tomó sus bolsas, caminó calle abajo y se volvió para lanzarles una última mirada antes de desaparecer tras una esquina. TC-2231 se volvió hacia Holdo.

―Me está prohibido acceder al interior de recintos privados fuera de los límites del zoco, por lo que no puedo cruzar la valla que delimita esa propiedad.

―De acuerdo, droide, espérame aquí. ¿Saben tus dueños donde estamos?

―Sí, señor, estoy en constante comunicación con ellos.

―Pues registra la hora y el lugar en el que voy a entrar sin tu supervisión.

―La Asociación de Comerciantes ya está advertida, señor. Se genera un aviso en el mismo instante que un extranjero sobrepasa los límites del zoco.

―Deseo hablar con el señor Mosseti Bando ―dijo Holdo. El hombre que había abierto la puerta apenas medía un metro sesenta, lucía una perilla de chivo y vestía una túnica holgada que le llegaba hasta los tobillos. En sus pies brillaban unas preciosas zapatillas cargadas de pedrería.

―Yo soy Mosseti, señor Bavarian… Bienvenido a mi humilde hogar.

―Holdo, por favor… Veo que las noticias vuelan en este planeta. ¿Le ha avisado Ismaíl?

―¿Ese falsificador?… No, señor… En muy pocas ocasiones nos visitan clientes distinguidos como usted, así que los comerciantes de Xú nos vemos obligados a tener los oídos muy largos.

―Entonces supongo que sabrá a qué he venido.

―Lo sé y ha acudido al lugar adecuado. Cuento con un naél en mi catálogo dispuesto para la venta.

―¿Puedo verlo?

―Por supuesto… Pase por aquí.

Mosseti condujo a Holdo a través de un pasillo que partía del recibidor y acababa en una puerta blindada.

―¡Abre! ―gritó Mosseti―. ¡Vengo con un cliente!

Los cerrojos restallaron, la puerta se abrió y un droide se recortó en el umbral.

―¿Un KX? ―se extrañó Holdo―. Creí que estaban prohibidos a los particulares.

―Se puede conseguir un permiso imperial si tus reliquias están legalmente registradas, y los comerciantes de Mirxa somos fieles cumplidores de la ley, señor Holdo.

El imponente droide de seguridad se hizo a un lado, les franqueó el paso y Holdo se quedó boquiabierto. Los mirx tenían una especial predilección por el oro y ese metal abundaba en sus reliquias, por lo que el amarillo era el color predominante en las paredes de la sala.

En el centro de la habitación, una urna albergaba tres sables con empuñadura de estaurolita. El brillo diamantino de sus filos era inconfundible.

―Hay tres naél, pero solo un ―dijo Mosseti―. ¿Sabría decirme cuál de ellos es el auténtico?

―¿Puedo examinarlos?

―Por supuesto ―Mosseti hizo una seña al droide y este utilizó un mando a distancia para desactivar el campo de contención que protegía la urna.

Holdo buscó en uno de los amplios bolsillos de su túnica hasta encontrar una barrita de color negro. La frotó contra el filo de los sables y los dos primeros la marcaron, pero el tercero la cortó limpiamente.

―¡Excelente! ―dijo Mosseti, aplaudiendo―. ¡Ha traído una barrita de carborundo! ¡Muy pocos conocen ese truco!

―Solo los armeros de la época naél conseguían filos acabados en un solo átomo. Los de otras épocas se acercaron, pero nunca llegaron a tal perfección.

―Ese es un error muy común, porque solo la tribu conseguía ese acabado. Los otros dos najilat los fabricaron artesanos de otras tribus mirx del mismo periodo intentando replicarlos… ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por él?

―¿Cuánto pide?

―Tres millones.

―¿Cuál es el truco? ―preguntó Holdo mirando a su alrededor. El KX se había desentendido de ellos y estaba limpiando con un plumero las reliquias expuestas en las paredes.

―¿Le parece barato?

―Cualquier entendido pagaría cinco millones por ese najilat.

―No en mi casa, señor Holdo, esto no es el zoco. Su valor real es el que pido, y si duda de su autenticidad, dispongo de un certificado imperial que lo avala ―dijo Mosseti mientras le entregaba un disco.

Holdo activó el autentificador y lo acercó al najilat. El disco emitió una luz verde y el sello imperial se proyectó sobre el sable.

―De acuerdo ―Holdo le devolvió el disco―. Deme una cuenta y le transferiré el dinero ahora mismo.

―Antes tenemos que cumplimentar los trámites que exigen las leyes de Mirxa para la transacción de bienes culturales de especial interés.

La mirada de Holdo se ensombreció.

―¿Y cuánto tengo que pagar por ellos?

―¡Oh!… Nada, señor Holdo, nada, son gratis… Ya veo que sigue desconfiando y cree que quiero engañarlo con impuestos y tasas… Nada más lejos de la realidad, no cuestan nada y se hacen al instante. Solo tiene firmar un contrato y aceptar las obligaciones que se derivan de ser el propietario de una reliquia de esta calidad. 

―Desconfío de todo aquello que me ofrecen gratis, así que no pienso firmar ningún documento sin que antes lo examine mi abogado.

―No esperaba menos de alguien tan inteligente y cultivado como usted, señor Holdo… Aquí tiene el contrato base. Le acompaño a una sala donde podrá comunicar con su abogado y comprobar que todo está en regla.

―Parece correcto ―El azulado holograma mostraba al abogado de Holdo inclinado sobre una consola. Mosseti exhibió una sonrisa radiante.

―¿Se convence, señor Holdo?… Ahora sí aceptaré sus créditos.

―Solo una cosa ―dijo el holograma―. ¿Es realmente necesario que el señor Bavarian se convierta al burán?

―Así lo exigen las leyes de Mirxa, señor abogado ―contestó Mosseti.

―Aquí dice que los compradores de las reliquias de especial interés están obligados a ser miembros de una religión homologada, pero no especifica cual. El señor Bavarian milita en la Escuela del Astro Negro, una de las reconocidas por la ley, por lo que no veo ningún motivo para que se convierta a otra tan minoritaria que apenas se encuentran referencias de ella en la red.

―Usted define al burán como minoritario, pero era la religión de los Mirx, los fabricantes de ese sable ―replicó Mosseti―. Además, como puede leer en el contrato, solo se le exige pertenecer a ella durante cincuenta horas. Después de ese plazo, el señor Holdo es libre de renunciar y quedará libre de cualquier obligación.

―En cincuenta horas ya estaré en Coruscant ―intervino Holdo―. La Escuela del Astro Negro no exclusivista.

―¿A qué obligaciones se refiere, señor Mosseti? ―preguntó el abogado.

―Los adeptos del burán deben respetar los preceptos detallados en capítulo dieciséis del contrato… Uno de ellos prohíbe el enmascaramiento del rostro en forma de barbas, plumas o cualquier tipo de apéndice que pueda rasurarse sin perjuicio para la salud del fiel, y, como puedo comprobar, el señor Holdo cumple ahora mismo con esa condición.

―Ya veo… ¿Y el quinto?

―El quinto es común a casi todas las religiones de la galaxia, señor abogado.

―«El alma del creyente pertenece a Bura, que ejerce su poder a través del hamid, su representante en el cosmos material…» ¿Ese precepto también se extinguirá tras el periodo de cincuenta horas?

―Por supuesto, señor abogado… Le repito que el señor Holdo, después de cincuenta horas, quedará relevado de cualquier obligación.

―Sigo sin ver claro la necesidad de que mi cliente se haga acólito de otra religión. Yo le aconsejaría no firmar.

―Entonces no hay más que decir… Lo siento, señor Holdo, me hubiera complacido que el kajilat acabara en las manos de alguien capaz de reconocer su valor, pero…

―¡Un momento!… ―cortó Holdo―. Soy yo quien debe tomar la decisión. Risco…, ¿Encuentra algo más irregular en el contrato?

―No, todo lo demás parece estar en regla.

―Entonces entregaré mi alma a Bura durante cincuenta horas… ¿Conforme, señor Mosseti.

―Perfecto… En el contrato figura la cuenta donde deberá transferir los créditos… Firme, por favor.

Holdo colocó su índice en el lector y la máquina escaneó su rostro. Una luz verde y un pitido certificaron su validez.

―Muy bien, todo en orden… Adiós, señor abogado ―dijo Mosseti mientras desaparecía el holograma. Después se volvió hacia Holdo―.  El pasillo de la derecha le conducirá al templo de Bura. Encontrará una escoba junto a la entrada. Barra a fondo las escaleras y la calle de…

―¿Está de broma? ―exclamó Holdo―. Voy a llevarme ahora mismo el najilat al hotel, quiero catalogarlo cuanto antes.

―¿De qué najilat habla? ¿Del que acaba de donar al templo de Bura?… Esa reliquia se quedará aquí, en el lugar que le corresponde. No ponga esa cara, señor Holdo, piense que ha sido propietario de un naél de la tribu durante diez segundos. Aunque haya sido por tan corto periodo de tiempo, muy pocos seres en el universo han tenido el privilegio de enriquecer su alma con una posesión tan singular.

―¿Qué?… ¡Esto es una estafa! ¡Presentaré una queja a la Asociación de Comerciantes!

―Puede hacer lo que le plazca después de cumplir con sus obligaciones… ¿Sabe lo que es esto? ―Mosseti hizo cimbrear una varilla flexible con incrustaciones de oro y plata―. Es la rixa, la vara ritual con la que el hamid castiga a los fieles díscolos… ¡KX-123A, ven aquí!

El droide parecía haber estado esperando tras la puerta, porque la abrió al instante y entró en la habitación.

―¡La asociación garantiza mi integridad! ―gritó Holdo, asustado, retrocediendo hacia el fondo de la habitación.

―La asociación no tiene jurisdicción en el templo de Bura… Y ahora vaya a barrer las escaleras. Cuando termine tendrá que limpiar a fondo las letrinas, porque hace tiempo que no ingresa un nuevo devoto y están bastante sucias…

―Recuerde que se lo advertí ―el abogado muun, a pesar de la escasa expresividad facial de los de su especie, parecía realmente afligido.

Holdo se enfrentó al holograma.

―¡No te pago para que me lo recuerdes! ―gritó Holdo a pleno pulmón, pero después recordó las estrictas normas del hotel en cuanto a los ruidos nocturnos y bajó el tono de su voz―. ¿Qué podemos hacer?

―Nada en absoluto… Las leyes comerciales de Mirxa no se aplican en el terreno místico, por lo que los practicantes del burán están exentos de cumplirlas en todo lo referente a sus reliquias.

―¡Pero me vendieron ese kajilat mediante una transacción comercial!

―Se lo vendieron a un practicante de su religión… Según sus escrituras, el kajilat forma parte indistinguible del alma del guerrero, Bura es su propietario y los hamid son sus representantes en este universo, así que…

―Así que… me han estafado.

―Mosseti selló en su nombre el documento de cesión del sabley lo registró unos segundos después de que usted firmara el de compraventa. Ante las autoridades de Mirxa, todo es legal.

―¡Pues los denunciaré a las autoridades imperiales!

―Ni se le ocurra… El zoco genera unos impuestos colosales y los negocios que se realizan fuera de sus límites están exentos, así que el Imperio no tiene ningún interés en proteger a los que los practican… ¿Por qué cree que actúan con tanta impunidad?… Si denuncia ahora es probable que no le permitan salir de Mirxa, y si lo hace a su regreso, ningún juzgado de Coruscánt lo admitirá a trámite…

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