
El argumento de muchas buenas novelas puede resumirse en unas pocas líneas.
Supongo que nos ha sucedido a todos: una obra bien escrita, correcta en sus formas y, aparentemente, bien estructurada, pero en la página veinte ya nos hemos perdido, no sabemos quién es ese tipo que está hablando ni donde se encuentra ahora el protagonista.
Uno de las cosas que más deberían preocuparnos a los escritores es la de mantener la concentración de nuestros lectores durante la lectura de nuestros textos. De nada sirve una prosa brillante o una imaginación desbordada si no son capaces de seguir el hilo y se dispersan. Una obra compleja y de alta calidad no tiene por qué tener una línea argumental complicada, al revés, las que más éxito tienen suelen ser muy sencillas.
Miremos una obra maestra: El señor de los Anillos.
¿Cuál sería la sinopsis más escueta de esa obra monumental, que abarca tres volúmenes?… Pues es tan simple que puede resumirse en muy pocas líneas: Frodo hereda un anillo mágico que, de caer en malas manos, puede generar una tragedia. Las fuerzas del bien le aconsejan que vaya al único lugar donde puede ser destruido y él lo hace acompañado de varios guerreros que lo ayudarán en su empeño. En el viaje vive muchas aventuras y todo acaba bien.
Sobre esa línea argumental tan simple, Tolkien construye una de las obras más influyentes de la fantasía. ¿Cómo lo hace?
Primero desarrolla un escenario, complejo, detallado y asentado en un sólido conjunto de leyendas: la mitología nórdica. Crea unos protagonistas con personalidades muy definidas y con un pasado que las moldeó, creíbles a pesar de su naturaleza fantástica, y los somete a situaciones límite alternadas con otras de una asombrosa cotidianidad en un argumento lineal en su mayor parte, aunque con historias paralelas, con otros protagonistas, que convergen al final.
Estas líneas argumentales paralelas son el recurso más utilizado en otra obra fantástica monumental: la serie de novelas Canción de Tierra y Fuego, de George R.R. Martín, origen de la televisiva Juego de Tronos.
Las novelas cuentan con personajes poderosos que, como en El Señor de los Anillos, se mueven en un escenario complejo, aunque sus líneas argumentales: floridas y llenas de sorpresas, suelen seguir siempre el mismo patrón: sus protagonistas se enfrentan, luchan, vencen o mueren intentando conquistar el poder.
Las líneas argumentales paralelas pueden dar mucho juego porque nos permiten construir una historia compleja sin sobrecargar la línea argumental: los personajes se reparten por ellas evitando que el lector se pierda al tener que manejar muchos al mismo tiempo.
Es decir, conseguimos compartimentar la historia principal en varias más sencillas y más fáciles de seguir, con argumentos más simples y menos personajes interactuando al mismo tiempo.
Todo en ello en aras de algo fundamental: que nuestros lectores no pierdan el hilo de la historia por sobreabundancia de detalles y personajes.
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